En el libro Mitos y Leyendas de la Hoya de Buñol, Emilio Estellés Zanón escribió el siguiente párrafo referente a su buen amigo Francisco Pastor Miralles:

Cuando los hombres no escribían, conservaban sus recuerdos en la tradición oral, todavía muchos pueblos lo siguen haciendo, pero en el caso de de mi buen amigo Francisco Pastor Miralles, que firmaba sus cuentos o relación de un suceso, con el seudónimo EFELERO y durante una década, años 1950-1960, aparecieron en «LA VOZ DE BUÑOL», nos ha parecido interesante la reproducción de dos de ellos, por su originalidad y singularidad de estar escritos en buñolero.

El Ateneo de Buñol quiere recordar a Francisco Pastor Miralles, recientemente fallecido, con la reproducción de uno de esos cuentos incluido en el citado libro:

GASPACHICOS CON PIASOS

Aún no hasía dies minutos que nos habíamos dormío, cuando unos gritos de furor nos depertaron. Era que el «Tío Muñeca» le estaba arreando al burro ca mamporro que retumbaba el monte, mientras desía gritando: «Te voy a desaser la molleja, taimau» ¡Pom…! -puñetazo que te crió- «Ya te apañaré yo, barruco, casporra» ¡Clis! ¡Clas! El pobre burro con los ojos espantaus, se encogía como un ovillo, de miedo ante las aspas de los brasangos de «Muñeca», que con la gorra reguelta y la peluca que le salía por tos los laus, más paresía un gorila que un ser humano. Cuando pudimos interrogarle, a grandes gritos y ahogándose por la rabia, nos dijo: «El cucho este, golafre…-refiriéndose al burro- ha empesau el hato que llevábamos, ha mordisqueau el pan y los melones y nos ha babeau toa la comida. De no haber estau listo yo, nos hubiera dejau «listos» él a nosotros, hasiéndonos mistos la casera. ¡No sé como no m’hago una manta con su pellejo…!

Hagamos un poco de referensia, para desir que habíamos salío unos amigos de casera en el atardecer del día anterior, confiando llegar a la casica a media noche, descansar un rato y a la mañanica aprovechar la primera espera. Pero el Tío Muñeca, que se las daba de «to lo sé», nos había extraviau en el monte y al final, desconfiando de encontrar la casica, nos habíamos tumbau en el monte hasta que se hisiera de día, descarguemos el hato y (el burro que no quería dormir) casi nos hase la «col».

Golvimos a cargar el burro -pues ya clareaba- y el segundo disgusto vino al darnos cuenta que la casica estaba casi en nuestros mismos morros. ¡Y habíamos estau 8 horas a palpones por aquellos andurriales!

Llegamos a ella con el consiguiente mal humor, descargamos los trastos y después de ellos, nos pusimos a almorsar. Al medio día nos fuimos ca cual a su barraca -preparás de antemano- menos «Muñeca» que se quedó hasiendo la torta pa por la noche haser unos gaspachicos con lo que matáramos, avirtiéndonos que, «si no casábamos algo, los gaspachos no valían ná, sin algún piaso de carne».

Al anocheser fuímos acudiendo a la casica, y el fracaso se pintaba en toas las caras; no habíamos sintío disparar a ninguno, al final, nos convensimos que  no las habíamos «olío». Finalmente, desidimos haser una buena gaspachá aunque fuera sin carne. ¿Qué se le iba a haser? Pusimos manos a la obra: unos cortando leña, otros desasiendo la torta. En un santiamén «Muñeca» nos guisó una sartená como una sarria. Mientras se enfriaba en la puerta de la casica y a la calorsica del fuego, empesamos a haser comentarios propios de toa casera. El asunto recayó presisamente en los casos de picás de víboras. Ca cual recordaba un caso determinau. Casualmente acababa de sitar Tonico «Arbillos» que a fulanico l’había picau una en la puerta de la casica… cuando un alarío salvaje, como si saliera de la garganta del mismísimo demonio, nos dejó helá la sangre. Yo, me tube que apoyar en el taibique para no caerme. El que más y el que menos, supuso que al «Tío Muñeca» -que acababa de salir de la casica- le había picau la víbora; y el que menos, y el que más, ya pensaba como cargar con él pa llevarlo al pueblo… Enseguida aparesió con la pata en alto, que la rodilla le tocaba la barba, gufando como un gato… y el pié lleno de… ¡Piasos de gaspachos! ¡Había metío la pesuña hasta la soca dentro de la sartén, y se lo había escaldau como una sebolla!

Tubimos que quitarle la esparteña de esparto y el calcetín y aún así llevaba el pié to despellejau y más royo que una seresica. Sollosaba el desgrasiau por haber metío el piesungo dentro de la comida, pero nosotros lo consolábamos dijiéndole que no s’apurara, después de too íbamos a comer gaspachos que no podía nadie disir… que no habían tenío… ¡Carne!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *